ME VOY A DAR LA VUELTA AL MUNDO EN TREN. Días 5 y 6 de marzo


DÍA 5 DE MARZO

LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE

Toda ciudad que se precie tiene un barrio cuyos habitantes se consideran independientes de la misma. Es una especie de reivindicación de la propia existencia y de una personalidad propia ganada a pulso con el paso del tiempo. Generalmente tiene que ver con que las decisiones políticas de la centralidad han ido olvidando la periferia, lo que ha hecho que los vecinos se hayan ido autoorganizando, forjando así una clara y firme personalidad. Incluso no son pocas las ocasiones en que dicha relación, centro-periferia, termina en “divorcio”, de lo cual en Euskadi tenemos numerosos exponentes.

Es el caso del barrio de Praga, en Varsovia, que además de estar al otro lado del río tiene una historia singular. Basta decir que en la Segunda Guerra Mundial fue el único barrio que no fue destruido por los nazis, puesto que ya habían llegado al mismo las tropas rusas en el momento en que los nazis se habían puesto a detruir, casa por casa, el resto de la ciudad. Pero bueno, no es motivo de este viaje hacer un resumen de la historia reciente de las ciudades por las que pasamos. La cuestión es que la mañana de este día nos fuimos a hacer una visita guiada por ese barrio, con la idea de ver lo que hay en la “trastienda” de esos maravillosos Centros Históricos. El título de la visita: “Varsovia Alternativa”.

Interesante experiencia, que nos permitió callejear por zonas de ese barrio que no son muy seguras en determinadas horas de la tarde-noche.  Una de esas calles es uno de los escenarios que se utilizó para filmar algunas escenas de la famosa película “El Pianista”, de Román Polanski.

A continuación algunas fotos que os pueden dar una vaga idea de lo que se cuece por allí. Que por cierto, el nombre del barrio no tiene ningún tipo de relación con la capital la República Checa.

De vuelta al hotel, para descansar un poco y recoger las maletas, entramos en un Carrefour Express y compramos algo de comida para la cena y el desayuno, que iban a ser en el tren.

Ya por la tarde, a las 18 h, tocaba coger el tren hasta Kiev. Hora de llegada previsto a la capital ucraniana: las 11 h de la mañana del día siguiente. Nuestra primera gran “cabalgada”. Además con el añadido de que intuíamos que nuestras posibilidades de comunicación con la gente iban a desaparecer casi por cumpleto, puesto que el inglés no es un idioma muy hablado en el este de Europa. En Polonia todavía se respira un cierto aire occidental, pero en Ucrania… Vamos, que estábamos convencidos de que no.

Al subir al tren nos lo confirmó el revisor: Ni idea de inglés. Le saqué una foto mientras subíamos al tren y enseguida vino a decirme que nada de fotos. ¡Glup!

Ya un poco más tarde, cuando vino a revisar los billetes, nos pidió el pasaporte y viendo que éramos españoles nos hizo gestos para ver si teníamos fiebre, en clara alusión al “coronavirus”. Eso sí, con una sonrisa.

¿Y el tren? ¡Uf! Viejito, viejito. Si ya de por sí da la sensación de que no está muy limpio, en cuanto te pones a mirar con un poco de atención sólo puedes confirmarlo. 

Y de repente un fuerte olor a tabaco. Nos asomamos al pasillo pero no se veía a nadie fumando. Pero al ir al baño, justo al final del vagón, en el espacio que queda entre vagón y vagón, había gente fumando. Ese pequeño espacio está cerrado pero el olor se expande rápidamente, máxime cuando la gente está entrando y saliendo continuamente.

Le dije a Hasier: “¿Y nos pregunta a nosotros por el coronavirus?” “Pero si el coronavirus lo tienen instalado aquí”.

Nos hicimos unas risas.

Hacia las 22,45h llegamos a la zona fronteriza. Subieron al tren los de aduanas y anduvieron cabina por cabina controlando pasaportes. Entendimos que eran funcionarios polacos que controlaban la salida de país. Una hora después arrancamos de nuevo. Imaginamos que nos dirigiríamos a la zona ucraniana y que allí nos controlarán el equipaje y nos sellarían los pasaportes con el sello de entrada. Anduvimos un buen rato con el tren hacia adelante y hacia atrás, primero por un andén y luego en un hangar. Nadie vino por nuestro vagón. Al fin arrancamos de nuevo y nos pusimos en marcha. Nadie aparecía por ninguna parte. Así que hacía las 3h (hora local, dado que acabábamos de adelantar una hora) nos hicimos la cama de mala manera y nos acostamos.

DÍA 6 DE MARZO

VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA

Yo me desperté pronto. A las 7,30 h ya había recogido la cama y me puse a sacar fotos por la ventanilla. El paisaje boscoso, gris, era muy monótono. Algún edificio disperso, lo que podría ser alguna granja, pero vete a saber de qué.

Paramos en una estación… en otra y en otra... Estaciones pequeñas del recorrido. Gente abrigada que iba de un lugar a otro, a la compra, que iba coger el tren... Se veía que había estado lloviendo.

Increíblemente el tren llegó a su hora a Kiev. Yo creo que los únicos extranjeros que íbamos en el tren éramos Hasier y yo. En primer lugar nos tomaron la temperatura y unos minutos después vino el del control de aduanas. Nueva sorpresa: En un pis-pas estábamos saliendo de la estación con cara de “agilipollados”, puesto que no entendíamos nada de los carteles que había por allí. 

Para llegar al apartamento que teníamos contratado, había que conseguir ir a la estación del Metro. Las rutas, divididas por colores resultarían fáciles si llegábamos a una estación. No parecía misión imposible, tenía que haber una cerca. Señalar nuestra apuesta por el transporte público. Podríamos haber cogido un taxi, que aquí son baratos, pero preferimos, siempre que se pueda, desplazarnos como el resto de los vecinos de la ciudad de turno.

No había pasado ni un minuto cuando un joven kieveño, en  un perfecto inglés, se dirigió a nosotros para ver si nos podía ayudar. Como él también iba al Metro, nos acompañó hasta la línea que nos correspondía coger. Creo que es la única cara amable que vimos en todo el día. Y es que esta gente tiene cara de estar enfadada con el mundo. Luego tampoco es que hayan resultado desagradables, pero la primera impresión… 

No nos quisimos perder la estación de tren más profunda del Mundo y allá que fuimos. Bueno, hay que decir que el precio de viajar en Metro es irrisorio, unos 30 céntimos al cambio. Así que después de comer nos fuimos a visitarla. Está a 105,5 m bajo tierra y para llegar hay que bajar dos tramos de escaleras como os muestro en la foto de más abajo. Increible.

Otra de las anécdotas del día fue en el Monasterio de las Cuevas. Un enorme recinto ortodoxo con numerosas iglesias y parques. La cosa es que no he visto tanto cura joven, y además juntos, en mi vida. Bueno, ya ver un cura joven es una primicia en nuestro entorno, pero es que aquí se les veía en cuadrillas de a cuatro, de a tres… Un montón. Impresionante. Seguramente en un recinto tan amplio, habrá algún edificio que haga las funciones de seminario, pero aún así...Visto lo visto, todo indica que los ortodoxos sobrevivirán a la decadencia de la cristiandad.































6 comentarios:

Juan L. Trujillo dijo...

¿Me imagino que iríais a orinar al mingitorio adecuado?
Los castigos no los hubiese mejorado ni Beria.
Hasta la próxima.
Abrazos.

manouche dijo...

Muy interessante tanto el escrito como las photos.No quiero pensar de que sirven las tijeras de la interdiccion de mear....

BLOG DE TOÑO - AMA - dijo...

Preciosas fotografías, hermosa aventura, Bon Rail

Tracy dijo...

La señora que hace punto, hay otra igual en Fuengi durante el verano ¿será a misma?

Emilio Manuel dijo...

Lo de cortarte los webos si meas fuera del retrete no necesita traducción.

Feliz viaje.

rousal dijo...

Qué gozada!
Desde el sofá, en casita tranquila, da gusto ver a dos intrépidos aventureros ponerse el mundo por montera y descubrir cosas y personas nuevas cada día.
Chapó!
Me encanta veros así de bien.
Un abrazo familia❤️

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