El pasado miércoles terminé de impartir un curso titulado "Procesos y Organización Empresarial". En él participaban 12 jóvenes en desempleo, todos ellos con estudios superiores, la mayoría con edades superiores a 26 años. Pero había un dato que nos da muestra del momento económico tan duro que estamos viviendo: Siete de los alumnos eran ingenieros, algunos de ellos con dos ingenierías y además, todos ellos tenían muy poca experiencia laboral... el que la tenía, claro. Esto está muy mal.
Pues, bien. una vez aterrizado de nuevo en esta triste realidad, el hecho de tener la oportunidad de compartir unas cuantas horas con estos jóvenes, me dio mucho que pensar, porque hay muchos elementos que creo que influyen de una manera importante en que estos jóvenes estén en desempleo, y curiosamente este grupo era poseedor de unos cuantos. Y me explico.
Cuando imparto formación me gusta trabajar más la reflexión que los contenidos teóricos. Siempre les digo a mis alumnos que los conocimientos se pueden encontrar fácilmente... en internet: "lo más importante en esta vida no es saber, es saber quién sabe", les suelo decir (creo que esta joya pertenece a Les Luthiers). En base a esta idea suelo provocar el debate y la reflexión entre ellos, lo que confío en que redunde favorablemente en la autoestima y en la toma de una ACTITUD proactiva ante su gran problema actual, que no es otro que tratar de encontrar un empleo medianamente digno.
Tal vez no debería sorprenderme, pero su búsqueda “activa” de empleo se limita a los medios tradicionales y masivos, vamos, los que utiliza todo el mundo: enviar currículum a empresas y utilizar las redes familiares y de amigos. Pero claramente con nulos resultados. Esta derrota anunciada tiene, según ellos, una explicación: "ya lo hemos intentado todo y ya no sabemos qué hacer". "Si total, siempre habrá uno al que enchufar".
Costaba muchísimo provocar un debate. Parecía que no tenían opinión. Algunas personas me parecían muy tímidas y con escasas habilidades sociales. Me daba la sensación de que querían parecer "invisibles".
Hablamos bastante del tema del empleo: "En gran parte es un tema de actitud", les decía yo. "¿En qué os diferenciáis de otro que opte al mismo empleo? Todos estáis sobreformados. Tendréis que buscar la manera de ser vosotros los seleccionados, ¿no?"
Hablamos de las competencias personales que hoy en día exigen las empresas. Incluso me atreví a hablar de la "inteligencia emocional", al menos para que le sonase que es un tema cada día más tenido en cuenta.
No me atrevo a decir que los resultados fuesen nulos, pero casi. Había momentos en que me daba la impresión de que me miraban como las vacas al tren. No estoy seguro de si es que se conformaban con su situación o es que yo no conseguía enganchar con el ellos. No lo sé.
Uno de los alumnos me contó que tenía una idea empresarial (no me lo podía creer), pero que no quería ir a una institución pública para hacer su plan de viabilidad porque le podrían “copiar la idea”. ¡Copiar la idea!, como si fuese Bill Gates. Es cierto que en días posteriores se mostraba más proclive a compartir su proyecto, pero seguía manteniendo la desconfianza.
¿Difícil panorama el actual? Por supuesto. Nadie lo niega. Yo hasta diría que es “dramático”. Dramático, sí, pero hay personas que tienen los medios y las capacidades para enfrentarse a la situación con otra ACTITUD y esto es lo que me parece imperdonable.
Creo que esta experiencia nos debería invitar, una vez más, a la reflexión sobre la educación que estamos dando a nuestros jóvenes. Creo que les hemos mandado al paro sin herramientas para luchar. Tengo la sensación de que les hemos dejado solamente el "consuelo" de la queja sobre la injusticia que todo esto supone. "Pobrecito yo, qué mal me trata la sociedad". Y ojo, no digo que sea mentira, pero dejémonos de lamentaciones y de darnos pena y sacudámonos la pereza de encima.
Coincidiendo en el tiempo con esta entrada, leo con agrado la de Katy del pasado viernes, titulada “La Arboleda” que nos da una lección sobre las raíces de la educación de nuestros hijos.
Mientras tanto, a la oficina de turno de un servicio público de empleo, se acerca avergonzado un albañil de 55 años que lleva dos años en paro, cuyos dedos son incapaces de teclear su nombre en el ordenador, por lo tremendamente deformados que están después de pasarse 40 poniendo ladrillos.
C´est la vie.