15 de marzo
EL CORREO DEL ZAR
Irkutsk, nuestro destino actual, es denominada la “París de Siberia” (muy mal esto de crear expectativas). Leímos que en invierno llega a soportar hasta casi 50º bajo cero. Para nosotros un mero dato, puesto que el día que visitamos la ciudad, no voy a decir que pasamos calor, pero casi: Desde la mañana con un sol espléndido y temperaturas entre 4 y 6 grados.
Se trata de una ciudad de unos 600.000 habitantes que, todo hay que decirlo después de visitarla, no sé por dónde le ven alguna mínima similitud con París. Agradable para pasear, llena de edificios históricos y de, cómo no, iglesias, se ve en una mañana. La tarde te da para pasear y tomarte un café, una cerveza o un rico cóctel en alguna cafetería de la transitada calle Carlos Marx. Pero a partir de ahí, se te puede hacer largo, a menos que se haga una excursión por el entorno, siendo muy recomendable, según parece, ir al Lago Baikal, el más grande del mundo de agua dulce.
No sé si cuando la gente viene de turismo sabe que Irkutsk es la involuntaria protagonista de la famosa novela de Julio Verne, Miguel Strogoff, que seguro que habéis leído o por lo menos os suena. Yo hasta vi la película que se hizo en los años 50 del siglo pasado. Si en otras ciudades algunos edificios se convierten en lugar de peregrinación turística simplemente porque allí durmió o comió algún famoso, aquí y con más razón, podrían haber hecho algún punto de referencia que ennobleciese a la ciudad por aparecer en tan insigne novela. Quedaría muy… “cultural”. En fin, ideas que se me ocurren.
La famosa línea roja pintada en el suelo que nos invitaba a conocer Ekaterimburgo, aquí se transformó en color verde. Genial este método para ver la ciudad sin miedo a perderte y poder pasear de manera tranquila disfrutando del paisaje y del entorno urbano.
Y siguiendo la línea verde, en un momento determinado pasó delante de nosotros un coche, un pelín destartalado como la ideología que trataba de difundir, con banderas de la antigua Unión Soviética y una foto de Stalin pegada en una de las ventanillas. Menos mal que anduve listo y le conseguí sacar la foto que inmortalizó el momento, porque estas cosas contadas no son lo mismo.
Y por cierto, las bajantes de los edificios que canalizan el agua de lluvia de los tejados, tienen bastante más diámetro que las nuestras. Eso es, lógicamente, para no dar la oportunidad a que se hiele el agua mientras baja. Pues aún así se termina congelando. Abajo veréis una foto. Y eso que la he hecho a la tarde de un día en el que hemos disfrutado de una temperatura increíble. ¿Cómo se pondrá el panorama cuando hiela de verdad por ejemplo un 15 de enero?
Por la tarde hicimos lo que había que hacer: Nos dimos una vuelta por la zona peatonal cercana y nos tomamos, como era de rigor, un cóctel y una cerveza en un bar que ponían música de la buena.
Gran y relajante día.
DÍA 16 DE MARZO
AMANECE QUE NO ES POCO
No habíamos dormido bien. Nos tocaba coger el avión a Bangkok y después de leer tantas y tanta noticias ya no sabíamos qué iba a suceder a la llegada. Para empezar, a la llegada tendríamos que hacer retroceder una hora las manecillas del reloj.
A las 7,30 h nos recogió el taxi para llevarnos al aeropuesto. Las calles mojadas, casi encharcadas, por el deshielo de toda la nieve que se había estado acumulando al borde de aceras y carreteras. Las calles pasaban deprisa por la ventanilla mientras el dia despuntaba. No recuerdo haber visto ningún coche limpio. Una costra de suciedad en los laterales mostraba lo largo que había sido el invierno. En un pequeño parque a la derecha, un barrendero apartaba con desgana la nieve de uno de los estrechos caminos que rodeaban una fuente congelada. Todo el paisaje urbano iba pasando deprisa, entre semáforo y semáforo.
Miré hacia el otro lado de la ancha avenida. Las cúpulas doradas de una de las iglesias que habíamos visto el día anterior, reflejaba los primeros rayos de sol. En este país, como en tantos y tantos, las cúpulas de las iglesias siguen dominando la luz, el aire que respiramos y sobre todo la vida y la muerte de las personas.
Ni frío ni calor, temperatura cero, marcaban un indicador que llegué a ver parados en uno de los numerosos semáforos. Se notaba que la vida comienza pronto porque ya se veía a la chavalería dirigirse al colegio con sus mochilas a las espaldas.
La terminal del aeropuerto, muy vieja y mal mantenida. No sucia, pero lo parecía. Daba un poco de reparo tocar el moviliario antidiluviano por si terminaba de desarmarse. La encargada de la limpieza recogía restos del suelo a mano y sin guantes, lo que indicaba el nivel de preocupación que hay aquí por el coronavirus.
Desayunamos y pasamos el control de pasaporte y equipajes sin problemas.
De repente apareció la pareja austriaco-eslovena que habíamos conocido en el transiberino, en el trayecto Nobosibirsk - Irkutsk. Su objetivo había sido llegar a Vladibostok (la última parada del mítico tren) para luego volar de vuelta a Moscú y desde allí dirigirse a Nepal, pero la situación también había cambiado para ellos y habían decidido volar a Bangkok en busca de mejor suerte. Me aclaraba Hasier que esta pareja están viajando durante año y medio “de vacaciones”, recorriendo el mundo. Su ventaja con respecto a nosotros es que tienen más tiempo y que sus destinos son más fáciles de improvisar sobre la marcha.
Viendo a toda la tropa de tailandeses haciendo cola para el control de embarque con la mascarilla puesta, daba un “no sé qué” no ponértela. Hasier andaba dudando, pero viendo que los rusos que andaban por allí no tenían o no se la ponían, ni dudé. Luego, ya en el avión, la tripulación tampoco llevaba y antes de llevar una hora de vuelo, muchos de los tailandeses ya se la habían quitado.
Curiosa imagen antes de despegar, ver a un operario del aeropuerto, limpiando con una manguera la nieve acumulada encima de las alas del avión.
Seis horas y media después de despegar aterrizábamos en Bangkok. El taxi local tardó 1 hora en llevarnos al hotel. El paisaje urbano que se iba viendo por la ventanilla es el del típico caos urbanístico y circulatorio de estos países. Increíble la cantidad de cables que se pueden ver, enganchados de cualquier manera por las fachadas de las casas, cruzando calles... Sin ningún sentido estético. No faltaba en ningún bloque de edificios o por lo menos cada 2 o tres calles, un pequeño pedestal con imágenes budistas y/o una enorme foto del emperador, su familia, allegados… Y yo qué sé. Pero exagerado. Muy exagerado.
Menudo shock con respecto al orden que ucraniano o ruso. ¿Y el guirigay en las calles en torno al hotel? Terrible. Menos mal que nuestra habitación daba a un patio interior.
En pleno casco antiguo, puestos y más puestos de todo tipo, todos te abordan para venderte algo con un bochorno de los de 30 grados a las 8 de la tarde y un porcentaje de humedad que prefiero no saber…
No sé veían muchos turistas y eso que ahora debe de ser temporada alta. La cosa está jodida.
Nos dimos una vuelta por el entorno y después de cenar en el restaurante más tranquilo que encontramos, nos fuimos al hotel a preparar las actividades del día siguiente y a decidir nuestro futuro más cercano.
7 comentarios:
Magnificos soldados con sus cucurruchos de vanilia y bravo por las instalaciones electricas !!!))
A "bote pronto": el París de Moscú, me parece un poco "chuchurrio". Y en Bangkok, los electricista se pondrán las botas reparando cortocircuitos.
Aquí, lloviendo y recluidos.
Animo.
Por aquí me estoy conformando, ya que no nos podemos mover, con vuestro viaje y vuestras fotos.
Saludos y buen viaje.
Como ya dijo otro Felipe, también rey, ibais a dar la vuelta al mundo, no a pelear contra los elementos. Y que elementos!!! Y anda que no habéis llegado lejos!
Suerte con el retorno y a preparar la continuación. Esto es un paréntesis, nada más.
Pasar de 0 a 30 grados en un día no está mal... Preciosas las fotografías, y que bien relatado, hermosas momentos para el recuerdo
¡Buenísimas todas las fotos!
Besos
Pienso que eres un milagro del cielo que nos hace viajar desde nuestro confinamiento.
GRACIAS.
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