Bueno, en realidad no tenía ninguna intención de escribir sobre este asunto, pero resulta que estaba contemplando el paisaje por la ventanilla del tren, justo en el momento en el que pasábamos por una de aquellas estaciones de las de antes, la cual seguía exactamente igual que hace 30 años y me dije... ¿por qué no?
Tendría que recurrir a viejas fotos, pero estoy seguro de que no había cambiado nada. Recuerdo exactamente los dos bancos de piedra allí, en el mismo andén, en el costado derecho de la estación. Fue en ese preciso momento en el que los recuerdos me invadieron y cuando tomé la decisión de recuperar en estas escasas líneas aquellos recuerdos de niño.
Hace un par de meses hice con mi pareja un viaje en el tren turístico que FEVE organiza desde Bilbao hasta León. Nos lo debíamos desde hace dos años, que no llegamos a celebrar como es debido el 25 aniversario de nuestra boda.
El tema no tendría mayor transcendencia bloguera si no fuese porque de niño hice parte de este trayecto “cienes y cienes de veces”, que diría Sabina.
Os adelanto que yo no soy de los nostálgicos, que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni mucho menos, pero tengo que reconocer que repetir itinerario después de… treinta y… , no: ¡Cuarenta! ¡Qué barbaridad: son 40 años! ¡Uff! Pues como iba diciendo, repetir itinerario después de 40 años, me ha traído a la memoria recuerdos, de los de entonces. Recuerdos de parte de mi niñez y adolescencia. Recuerdos, que en algunos momentos dan un poco de vértigo.
Mi familia os originaria de un pueblo denominado Villanueva, casi en la frontera de Cantabria con Burgos, al lado del Pantano del Ebro. Para los que conozcáis la zona, es el pueblo en el que está ubicada la torre de la iglesia que se mantiene erguida en la orilla del pantano. Un paisaje maravilloso.
La cuestión es que todos los años cuando llegaban las vacaciones de verano cargábamos las maletas en el tren de “La Robla” y después de 5 horas llegábamos “al pueblo”. Apenas 130 km. 130 interminables kilómetros. Salíamos a eso de las 9 h. y llegábamos a eso de las 14 h. Siempre más o menos. Por el camino paisajes increíbles que entonces no tenían ninguna importancia pero que hoy han adquirido un valor incalculable, ya no sólo porque pertenezcan a mi historia, que también, sino porque afortunadamente la poca conciencia ecológica que se ha instalado en la sociedad ha conseguido savaguardar aquellos rincones que todavía hoy permanecen casi como a mediados del siglo pasado; incluyendo las paupérrimas carreteras que llegan a esos territorios, que los “consejeros de urbanismos” de turno de las correspondientes autonomías, han tenido el detalle de mantener impresentables.
Pues ahí nos metíamos, en el vagón de madera, amogollonados con todos los emigrantes que volvían de vacaciones a sus pueblos de origen. El primero que entraba cogía sitio para toda la familia en aquellos bancos de madera, que en aquel entonces era lo más cómodo que la tecnología era capaz de ofrecernos. Salvando las distancias de espacio y tiempo, aquello se parecía mucho a lo que ahora vemos en los reportajes sobre la India, Paquistán… o cualquier otro país de la zona.
No recuerdo cuándo, pero finalmente mi padre se compró un coche, (un Simca 1200), al que todos llamábamos “el armario” por su color azul añil, similar a muchos de los armarios de cocina de entonces, y comenzamos a ir apelotonados, pero en nuestro propio coche. El tiempo del viaje se redujo inmediatamente a la mitad. ¡Vaya alegría!
Días de futlbol, caminatas interminables de fiesta en fiesta, chalas intrascendentres comiendo pipas... ¡Qué curioso: qué selectiva es la mente, sólo recuerdo las cosas positivas del pasado, ¿verdad? El resto... ¿para qué?
Bueno, pues por un momento, todo esto y mucho más apareció por la ventanilla junto a la chavalería que corría detrás del tren mientras agitaba las manos saludando a los viajeros.
Era otra época. Ni mejor ni peor que esta. Simplemente otra.
12 comentarios:
Ultimamente nos da a los blogueros recordar. Es ineludible. A veces vienen solos por una imagen, otras por una situación, música, olores...
Al fin y al cabo somos un cúmulo de experiencias y de eso se trata de compartirlas. Gracias por hacernos participar de tus vivencias. Parece que yo tambien iba en ese tren, pero no en el pasado, en el mio no hay trenes.
Un abrazo.
P.D. Y efectivamente no fue ni mejor ni peor, simplemente diferente
Javier
Te comprendo y, además, La Robla es uno de los recorridos que nadie debiera perderse (por lo menos los de estas tierras)
Cuidate
Javier,
yo tambien recuerdo cuando iba en tren a Bilbao, a la capital, a aquella visita anual del oculista. Recuerdo el tiquet rectangular de carton verde al que el pica le hacía un ahujerito. Recuerdo el olor a hierro, a óxido, y el chirrido del freno. El traqueteo de los vagones durante el recorrido de esos, solamente, 12 kilometros. Recuerdo las puertas que se cerraban manualmente con un cerrojo sencillo, y que permitia ranuras y aperturas inesperadas durante el viaje...
no es nostalgia, no, son recuerdos.
hoy, el trayecto, como bien sabes, se efectúa en un metro de alta tecnológía, que "flota" sobre los railes, con cierre automático de las puertas, que no huele, sino a humanos, y no suena. Incluso el aire que penetra dentro del vagon, es del aire acondicionado.
ya lo decía aquella canción...¡como hemos cambiado!
saludos, M.
Hola Katy:
A mi me encanta compartir experiencias. Me sirve para ordenar algunas en la memoria.
Además, mi relación con los trenes siempre ha sido especial.
Un abrazo.
Hola Jose Luis:
Es más, nuestra relación con los trenes de antes tiene sus pequeñas historias, hoy en día irreproducibles.
Un abrazo.
Hola María:
Si no recuerdo mal esa canción es de "Presuntos Implicados". Me encanta. Y sí, tienes razón, por esta zona tenemos mucho que contar sobre nuestros trenes de cercanías. Tambíén albergan maravillosas historias, como la que cuentas.
Un abrazo.
Haces bien en recordar amigo...
No se trata de comparar tiempos, pero es que el pasado suele golear al presente en nuestro partido mental.
Hasta el más pequeño de los recuerdos nos lleva a soñar despiertos...y eso no tiene precio.
Salu2
Hola Javier:
¿sabes que mis primeras prácticas fueron en FEVE? Hice el recorrido Bilbao Ferrol varías veces y, por supuesto el de La Robla en el Transcantábrico. Me has llevado a muchos años atrás, a paisajes y a gentes que tenía un poco olvidados.
Un abrazo
Hola Javier:
Ante todo pedirte diculpas por mi prolohogada usencia de comentarios pero es que ando que no puedo.
En segundfo lugar, decirte que mi suegro está íntimamente vinculado con el tren de La Robla "el ferrocarril" como le llama él. Tanto, que en nuestras largas charlas nocturnas en verano raro es el día que no cuente historias del ferrocarril. Nuncva he montado pero me sé los entresijos, vaya.
Me parece fenomenal que nos traigas esa imagen evocadora disparada por otra imagen, la de la estación del tren que está "como antes". Es curioso como una cosa nos trae a otra que de otra forma igial seguíría soterrada en el fondo de armario de nuestra memoria. Y la última coincidencia es que en casa también tuvimos un Simca 1.200 pero el nuestro era color butano.
Un abrazo.
Hola Toni:
Tienes razón.
¿Será porque no nos gusta nada de lo que vemos en estos tiempos tan "modernos"?
Un abrazo.
Hola Fernando:
Pues mira qué casualidad. No conozco esa parte del trayecto hasta El Ferrol, pero seguro que es tan impactante como la que comento.
Me alegro de este cruce de recuerdos.
Un abrazo.
Hola Josep:
No hay nada que disculpar. Se nota que estás muy liado. Ni siquiera "produces" tanto como antes. Y cambiando de tema, veo demasiadas coincidencias: Ferrocarril... Simca... No sé... a ver si vamos a "emparentar" por algún lado.
Un abrazo.
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