LOS VASCOS Y LAS VASCAS

En la mayoría de las ocasiones, los problemas que preocupan a la sociedad tienen que abordarse desde diferentes ángulos, que se podrían resumir en dos: Los aspectos legales y culturales. Es el caso de la igualdad entre hombres y mujeres, que lleva fraguándose unas cuantas décadas (solamente). ¿Cuántas veces habremos oído ese “sólido” argumento de que… “si quieren igualdad que vayan también a la mina”? Argumento incuestionable que no deja lugar a dudas de la capacidad de reflexión de los que los utilizan, que por otra parte no debemos menospreciar puesto que todavía representan un % importante de la sociedad.

Este cambio cultural es un proceso lento, con altibajos, pero no tiene vuelta atrás. Las sociedades avanzan y lo que hace 30 años era un escándalo hoy se considera normal. Podríamos poner innumerables ejemplos de los que han sucedido tan sólo en las últimas dos décadas.

En esta lucha por la igualdad si hiciésemos un poco de historia alucinaríamos de los cambios legislativos, pero sobre todo culturales, que se han ido sucediendo. Hay muchas cosas que se han hecho, que se están haciendo y que se harán en el futuro, porque todos estaremos de acuerdo en que este problema todavía tiene bastante recorrido. Sin ir más lejos mencionaré las recientes polémicas con relación a los burka o niqab.

Pero hoy me quiero centrar en un tema en el cual creo que hemos “derrapado”: el del lenguaje. El denominado lenguaje “sexista”.

Bajo la premisa de que el lenguaje (del Castellano estamos hablando, ya que hay otros como el Euskera que no tienen este “problema”) es sexista, se ha montado toda una estrategia para obviar, anular y sustituir todos aquellos términos que muestran a las claras esa supuesta “discriminación”, palabras cuya acepción masculina se usa como genérico de los dos sexos. Así, llamaban la atención los discursos de nuestro anterior Lehendakari (por mencionar una anécdota), que siempre empezaba dirigiéndose a “los vascos y las vascas”, como muestra de que ese es el camino. Sin embargo, en su segunda frase seguía hablando como siempre... de los vascos. Pero bueno, el hombre hacía su esfuerzo.

Pues lo siento mucho, pero, como tantos otros (mujeres y hombres, entiéndaseme bien), no estoy de acuerdo. He visto demasiadas tonterías y he escrito demasiados informes con arrobas rizando el rizo del lenguaje, para poder decir que con esto no vamos a ninguna parte. Hemos creado puestos de trabajo específicos para que se vea que predicamos con el ejemplo desde la administración. Cómo no. Hemos publicado libros y manuales para poder escribir y hablar con un lenguaje no sexista. Hemos organizado jornadas, seminarios, congresos… con discursos preparados para convencidos. Pero la realidad es tozuda y la vida sigue: Nadie que no sea de la administración o de consultorías especializadas suelen leer esos manuales o acudir a esos foros y muchos menos hablar en la calle de esa manera.

Mi humilde opinión es que esto es tan artificial que no le interesa a casi nadie. Escribir “adecuadamente” exige tal nivel de esfuerzo que desespera. Hablar… ni te cuento. Y si además eres periodista, músico, escritor, poeta… es misión imposible.

Se da el caso curioso de que hay momentos en nuestra vida laboral en los que nadie sabe qué decir, por ejemplo cuando en una reunión estamos varias mujeres y un hombre: nadie se atreve a hablar de “nosotros” como grupo, ni tampoco parece adecuado decir “nosotras”, así que todo el mundo sonríe y se mira para otra parte.

Recuerdo que hace unos meses, el controvertido, Pérez Reverte, escribió un artículo muy duro en el suplemento dominical “El Semanal”. Ponía a “caldo” a toda esta parafernalia y a sus precursores. Discrepando con él en muchos asuntos, no pude por menos que estar de acuerdo.

Sucede ahora que tenemos instalado en nuestras organizaciones públicas todo este tinglado, que barato no es y además parece ser que a nadie le preocupa evaluar los resultados que produce.

¡Evaluar en la administración! ¿Qué es eso?

Parecería sensato parar uno momento y hacernos algunas preguntitas:

¿Cuánto nos hemos gastado en todas las administraciones para conseguir qué resultados?

¿Está sirviendo para algo todo esto? ¿Ha calado algo en la sociedad?

¿Qué dificultades genera en la vida diaria y en la cultura (allá donde se utilice)?

¿Qué futuro tiene todo esto?

Y finalmente… ¿Nos habremos equivocado y deberíamos dar marcha atrás?

Pero contestemos en serio, ¡¿eh?!

Y como no encuentro ningún video alusivo al tema, os dejo uno que tiene que ver con las chaparradas que nos han caído los últimos días.