"¡Ni se te ocurra lla
marme -Abuela-!" Fue lo que me contestó cuando le dije que yo ya era mayor (16-17 años) y que no me parecía bien seguir llamándola “Abuelita”.
Mi abuela murió ya hace casi 12 años con 90 años cumplidos. Hoy sigue siendo una de las mujeres más importantes de mi vida. Perteneció a esa generación de personas que se quedó sin juventud gracias a la guerra y se quedó sin vida gracias a
la posguerra. Su marido (mi abuelo) murió al poco de terminar la contienda dejándola con 32 años y 4 hijos, uno de los cuales murió a edad muy temprana. Su lucha era una lucha por la pura supervivencia. Viviendo en un pueblo perdido en el mapa cántabro, a
15 km. de Reinosa, tuvo que echarle muchos arrestos a la vida para enfrentarse al duro futuro que le esperaba.
Vestida de negro riguroso y pañuelo de igual color en la cabeza durante décadas ,siempre me pareció que era más vieja de lo que realmente era. D.Tomás era el cura del pueblo desde que me alcanza la memoria hasta bastante mayor. Yo calculo que al menos fueron dos décadas de tiranía usando como pretexto los fuegos del infierno. En lo que yo recuerdo y mi familia me contaba, era un déspota que no sólo utilizaba la "otra vida" para doblegar las resistencias de la gente.
Cuando eres niño no eres capaz de ver y de valorar el trabajo y el sacrificio que hacen las personas mayores, así que sólo sé de ese esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer por lo que ella misma me contaba en muchas tardes de charleta sentados a la sombra del atardecer y, por supuesto, por lo que mi madre me ha contado en innumerables ocasiones.
Recuerdo especialmente los relatos sobre aquellas caminatas desde el pueblo hasta Reinosa (
15 km.), cargada con el saco de cangrejos que pretendía vender después de haber estado pescando toda
la noche. O aquellas otras hasta la finca “del Señorito”, a dos horas de casa andando todos los días ida y vuelta, para cuidarle el ganado. Terrible.
Cuando estuvimos de emigrantes en Alemania, ya sin tanto trabajo ni necesidades que cubrir, durante algunos años además se ocupó de mis dos hermanas con el fin de quitarle carga de trabajo a mi madre. Recuerdo aquellos veranos, cuando veníamos desde Alemania para estar en familia, cómo se ocupaba de las “comilonas” que servían de pretexto para juntar a toda la familia, para sentarse luego aparte, en un rincón de la cocina, como si no formase parte de
la misma. Yo siempre le decía “abuelita” no te sientes aparte, siéntate con todos nosotros”, a lo que ella se negaba bajo la disculpa de que "no había sitio". Lo cierto es que visto desde la perspectiva actual, conociendo lo pequeña que era la casa, no sé ni como cabíamos tanta gente en un espacio tan reducido.
Y los años pasaron y nosotros nos casamos y tuvimos hijos, mientras que ella se iba encogiendo poco a poco, con todos sus achaques, tras una vida en la que no había conocido nada más que el trabajo. “Me voy a morir y no me vas a traer un biznieto, so castrón”, me decía.
Mis padres tenían (tienen) una casa en el mismo pueblo a escasos 10 minutos caminando, pero cuando iba de visita con mi primer hijo, siempre me alojaba en la casa de mi abuela. Estaba encantada y se seguía ocupando de todo, con alguna ayuda nuestra, pero ahí seguía. Siempre se levantaba temprano y lo primero que hacía era ir a la cuna a ver el niño.
La gozaba. Ya con tres o cuatro añitos, era un deleite verles a los dos juntos de la mano ir a ver a las gallinas del vecino: “Visa vamos a ver las gallinas”, le decía Hasier y ella se levantaba rauda y veloz para complacerle. En otras ocasiones se les veía a los dos caminando juntos, cuando ella iba a dar un par de vueltas a la barriada, con el objeto de mantener un mínimo de actividad física.
Todavía tuvo la suerte de conocer a
la biznieta. Ya le costaba mucho levantarse de la silla, pero recuerdo que temprano, cuando la niña se despertaba, yo se la ponía en los brazos. “Hay hijo, a ver si se me va a caer”, me decía orgullosa.
Mantuvo siempre una lucidez exquisita, hasta el día de su muerte. Un buen día, se fue a dormir y ya no se despertó.
Esta fue mi abuela: Una mujer, única, como tantas otras que trabajaron como bestias para sacar a su familia adelante y que un día se fueron sin hacer el más mínimo ruido.
Te quiero abuelita.
POST DATA: Recuerdo, que cuando estuve en la mili, me solía cartear con ella. En una ocasión le mandé este poema de Rafael Amor, perteneciente a su disco “No me llames extranjero” de 1976. No sé si su escasa formación le permitió entender todo el contenido y el
maravilloso mensaje que nos transmite con tanta fuerza Rafael Amor. No sé, prefiero pensar que en cualquier caso eso no tenía tanta importancia.
RAFAEL AMOR®
La abuela era antigua, loca,
halaba siempre de un tiempo de risas, de rondas,
romanticismo pasado de moda,
de un amor de esos prohibidos que en un papel rosa,
le hablaba de lagos, de estrellas, de cisnes, mariposas. Un amor de esos marchito, que entre las lloradas y amarillas hojas, de un libro de Becquer, o de Nervo,
esperaban en aquellos tiempos a que sus quince años se vistieran de novia:
largo traje de luna su imaginación bailaba,
con azahar de suspiros y la sencilla toca del viento por su pelo,
y toda la fragancia de su voz en la boca.
Así, rendida se dormía, apretando aquel libro,
con poemas de Becquer, de Nervo.
La abuela era antigua, loca,
rezaba el rosario siempre a la misma hora, en que decía:
- el crepúsculo crucifica el Cristo de luz que nos deja la aurora.
Cinco padrenuestros, un avemaría, un credo, una salve, un gloria, en el nombre del padre se santiguaba a solas
y después de contarnos de Caperucita la desobediente,
de Aladino, su lámpara, el genio, el hombre de la bolsa,
nos juntaba las manos antes de dormirnos,
para que aquel tatita Dios, nos bendiga los sueños,
y nos haga más buenos, aquel del dedo roto y la oxidada aureola.
Tenía un no se que de brisa su canción acunadora.
Bueno el caso es que la abuela no estaba en la cosa,
a ella le bastaban cien pesos y un San Cayetano para colgar la suerte
arriba de las puertas, o un trapo caliente para los catarros,
o esa hoja de eucaliptos, adentro de un tarro, arriba de la estufa o la bufanda aquella que le pedí que me tejiera en azul y amarillo, para llevar los lunes cuando ganaba Boca, que me afanó el Pelado
que era hincha de River,
y, bueno, él no tenía una abuela que le teja otra.
La abuela se fue poniendo blanda, vio, vio, cosas de viejos que si están fuerte los discos, que si fuma mi novia,
que las flores de plástico no son como las otras,
que el amor de hoy en día, no es más que sacarse la ropa y juntar
la carne sola, que al estar más vacío se lo llama experiencia,
que las mujeres de antes parían veinte hijos sin que les dieran
clase por Tv. las psicólogas, loca,
un día se puso a hablarnos de Cristo, a nosotros Cristo, que antigüedad,
nosotros que en el café,
habíamos hecho toda una teoría para salvar al hombre del hombre;
qué éramos una juventud informada, que habíamos leído a Freud,
(cuatro o cinco hojas)
Cristo… un día que pasamos frente a la facultad, le dije, oiga,
abra los ojos, mire, mire las paredes, mire como se lucha ahora;
me contestó la simpleza:
-hijo, el hombre siempre ha luchado de esa forma y de otras…
La abuela era antigua, bueno, casi loca.
Si vieran que paz que tenía en la cara y en las manos.
Yo no se por que de nuevo volví a sentir miedo del hombre de la bolsa,
y del lobo de Caperucita, es que existen, si, existen.
La de Aladinos que encontré dueños de las lámparas, si vieran la de genios que inventan.
También la vida me dio un amor de esos que en un papel rosa,
me hablaban de lagos, de estrellas, de cisnes, ¡qué imposibles cosas!…
Y hoy que tengo un alma como un libro con poemas de Becquer, de Nervo o de Lorca, guardo como un lirio seco el recuerdo de aquella abuela antigua, de aquella abuela loca, marcándome la página de las cosas sencillas que no están de moda.