Cuando vi por primera vez “Pequeño gran hombre” (Arthur Penn,1970) me di cuenta de que ni los indios habían sido los malos de la historia ni los blancos los buenos. Todo lo contrario.
Desde entonces, en este mundo de injusticias y contradicciones, he visto a muchos países colonizadores pedir perdón por las barbaridades cometidas. Incluido el Papa actual lo ha hecho en nombre de una Iglesia que cultivó las atrocidades como nadie era capaz de hacerlo.
Aquel imperio que alardeaba de que en él nunca se ponía el sol, tiene una cita con la historia a la que ya está llegando tarde.