Paso por allí casi todos los días. Dentro de los diferentes recorridos que tengo programados para mi caminata diaria, ese es uno punto por el que paso a menudo. Puedo llegar por el borde de la Ría, desde Santurtzi o puedo llegar por la Carretera General que va desde Santurtzi a Bilbao (vengo por toda la orilla). Es un recorrido cómodo, de unos 7 km sin desnivel alguno, que suelo hacer en unos 60 min. caminando bastante rápido.
Desde el Polideportivo de la Benedicta hasta la rotonda de Txabarri hay una rampa de subida (o de bajada, dependiendo de por dónde venga) que nos permite ver, a un lado las nuevas instalaciones que sustituyeron a los famosos Altos Hornos de Vizcaya y al otro la famosa Cuesta de La Iberia, que lleva hasta el centro de Sestao y algunos restos en ruinas de lo que fueron los propios Altos Hornos.
Por ese lado, hacía tiempo tenía echado el ojo, para sacerle unas fotos, a lo que fue un túnel que atravesaba Sestao por debajo y que ahora está tapiado. Se ven todavía unas vías del tren que chocan directamente con el muro que cierra el túnel y que en su conjunto me hacían ver lo que podría ser una estupenda foto. Todo era cuestión de cambiar un poco el recorrido y entrar en el recinto que, aunque se presume prohibida la entrada, se veía rota la puerta de la valla y… total… sólo iban a ser un par de minutos, los que tardaría en tirar unas cuantas fotos. ¿Quién me iba a ver?
Pasaba un día tras otro sin terminar de animarme, a veces por la falta de luz adecuada y otras porque no terminaba de ver el ángulo preciso. La cuestión es que de tanto mirar me terminé fijando en el pabellón ruinoso que está justo a la derecha. “Almacén de Repuestos” se adivina en las enormes letras borrosas que todavía sobrevien en la parte superior.
Todo destartalado, se veía que el enorme portón de entrada estaba abierto, no se apreciaba muy bien si por el desgaste del paso del tiempo o porque alguien lo había dejado así. No le prestaba mayor atención hasta que un día me di cuenta de que las… “cosas” que había en la parte exterior del portón, no eran las mismas del día anterior. Fue cuando empecé a pensar que alguien había estado allí, o que quizás estaba viviendo allí. Costaba asumir esta última posibilidad, puesto que se veía mucha suciedad y abandono, pero lo cierto es que hoy en día nada es imposible en lo que es la degradación humana. No lo veía muy claro así que tampoco le di muchas vueltas. Hasta que un día, justo cuando pasaba por la rampa buscando por enésima vez el mejor ángulo para la foto, alguien salió lentamente del pabellón y se quedó en la puerta. Pude sacarle una foto, pero me dio vergüenza. Fue entonces cuando tomé conciencia real de la situación: Allí vivía gente.
No
paré. Seguí caminando hacia casa pensando en lo terriblemente
difícil que tiene que ser tomar la decisión de ir a vivir a un sitio así. Me
volvió a la mente el nombre del pabellón: “Almacén de Repuestos”
y me dije: Efectivamente: Ya no nos llaman esclavos, ahora nos llaman, "Repuestos".