LAS SENSACIONES Y LAS
EMOCIONES DEL VIAJE
Hablaba
de esa triste pimera noche en que llegaba ya de noche a Oviedo. Al
comienzo es cuando se juntan todos los condicionantes externos...
negativos; podríamos concretar diciendo aquellos que te producen un
grado importante de desasosiego, angustia y rechazo de la soledad.
Esa soledad que se siente como una losa muy muy pesada.
Efectivamente,
estaba nervioso. Veía por delante un número infinito de días,
solo, sin nadie en quien apoyarme, yendo de un tren a un hotel y de
un hotel a un tren. Control de horarios, cosas que hacer y ver, dónde
comer, no dejarme nada en el hotel… eran cuestiones que al
principio generaban más estrés que incertidumbres. Los sentimientos
y las necesidades que vas teniendo sobre la marcha, son distintos a
los que preveías en un principio. Descubres de sopetón un mundo al
que no estabas acostumbrado y que incluso en algunos momentos habías
idealizado. Eso de viajar solo no era tan “molón” como podía
parecer. En algún momento me vinieron a la memoria las soledades de
los personajes de "Lost in Translatiom", una de las
películas referente de Sofia Coppola, que en su momento me hicieron
compartir parte de su soledad.
Si
en algún momento había pensado que estar solo y lejos me haría
“más libre” porque podría tomar decisiones por mi mismo sin
contar con nadie, estaba muy equivocado. En estas circunstancias no
eres ni la mitad de libre de lo que habías podido idealizar. Y la
explicación que yo encontraba es que no sabemos vivir "solos",
porque tenemos... miedo. Somos esclavos de nuestras rutinas, queremos
y amamos nuestras rutinas, donde sabemos que siempre hay gente, donde
sabemos que estamos, cómodos.
"Más
solo que un torero tras el telón de acero", que decía Sabina.
Es
justo en ese momento, cuando no has hecho nada más que empezar y
todavía te queda todo un viaje por delante, cuando tienes que tener
claras tres cuestiones:
Tienes
que tener claro lo que quieres.
Tienes
que ser fuerte mentalmente y
Tienes
que ser un buen gestor de tus propias emociones.
Es
en estos momentos cuando debes de recordar que no se trata de un
viaje de placer sino de un desafía a ti mismo (que tampoco es que
sea un viaje-penitencia), un viaje “iniciático”, experiencial,
cuyo único objetivo es conocerte un poco más... a ti mismo... y
lo que te rodea y experimenar la incertidumbre de "el viaje": Disfrutar, sufrir,
afrontar adversidades, soledades… Todo aquello que te hace vivir
una experiencia diferente y única. Quizá exagerado, pero diría que lo
que estaba buscando es todo aquello que te hace sentir "vivo".
Cuesta
un poco pero terminas adaptándote a la nueva dinámica, nueva
rutina. A medida que vas quemando etapas la seguridad en ti mismo
aumenta, ya no piensas en ese compañero de viaje que haría más
fácil todo, descubres el paseo por la ciudad… solo... y la cerveza
en la terraza… solo. Incluso aprendes a no hacer nada. ¡Qué
difícil es no hacer nada!
Esa
presión de las emociones negativas va fluctuando a mejor. Cada vez
te sientes más seguro de ti mismo, la idea de cumplir el proyecto se
consolida y empiezan a predominar las emociones positivas. Empiezas a
ver claramente el final del tunel y ya no te entran tantas prisas por
llegar. "Ya llegará ese momento. Cada cosa a su tiempo".
Incluso, tengo que reconocer que llegando a Bilbao me decía a mi
mismo con cierto grado de valentía: "¿Y si damos otra vuelta a
la Península?" Y lo pensaba en serio, porque, a pesar de que
tenía ganas de llegar a casa, me sentía con fuerzas como para
seguir.
Tengo
que destacar que mi familia me hacía un estrecho seguimiento y en
todo momento me trasladaba palabras de ánimo. Pero fue a la altura
de Valencia, cuando ya había pasado el ecuador hacia unos días,
cuando mi sobrina me mandó un Whatsapp diciendo:
"Eres
un campeón, superorgullosa de ti”.
Otra persona muy muy joven que sabía de qué iba el tema.
Pues
si las palabras del primer día de mi hija me dieron fuerza, las de
mi sobrina me dieron impulso hacia la meta final.
Un gran viaje, una gran
experiencia, un mundo de sensaciones y de emociones.