Se nos va alejando el periodo
vacacional al que nos habíamos sumergido ansiosos de olvidarnos por
unas semanas de todos los sinsabores que esta convulsa sociedad es capaz de
generar, y que no son pocos. Pero la realidad es muy tozuda y, aunque nos hemos
esforzado para mirar para otro lado, la vuelta nos ha dado un bofetón en pleno
rostro, a modo de recuerdo de que todo aquello que dejamos sólo ha empeorado. Y
es que “lo que no mejora empeora”, que decía el otro.
Las matanzas en Siria, Irak, Afganistán, Yemen y las
oleadas de refugiados que provocan, nos
resultan ya tan lejanas y recurrentes que están dejando de ocupar las primeras
páginas de los periódicos. Las barcas llenas de migrantes procedentes de
Turquía, enlazadas entre sí, podrían crear un fino puente entre la barbarie y
desidia.
Turquía, que organiza un
golpe de estado para dar un golpe de estado, elimina de un plumazo todo signo
de disidencia. Aquí todavía seguimos mirando atónitos... los que miramos,
claro. En el fondo de todo ello, la estrategia internacional de Rusia y EE.UU.,
que mueven hábilmente las piezas del tablero. O torpemente, según se mire.
Por aquí un año redondo, con el
dineral que está dejando un turismo acojonado que ya no sabe a dónde ir sin que
peligre su vida. Y es que España parece ser, todavía, un destino tranquilo donde
pasar unos días sin sobresaltos. Alegrémonos en lo que nos toca.
Oye, ¿y eso de que medio planeta esté bombardeando al Estado Islámico y no
consigan nada? ¿Dónde se esconden? ¿Es que no funcionan los servicios de
inteligencia? ¿Y esos satélites tan precisos? ¿O es que sólo se les quiere
eliminar “un poquito”? A mí me llama profundamente la atención, cuando en esos
desiertos no hay ni dónde esconderse.
Y qué decir de este “pintoresco
país”. Impresionante. Disueltas, como un azucarillo en un charco de lodo, están ya las
expectativas que nos creamos y creímos con respecto al poder transformador de
PODEMOS. Han tardado muy poco en sentarse a la mesa de poker y demostrar sus
increíbles habilidades moviendo las cartas.
Y sí, entre tanto despropósito ha
habido una Olimpiada. Me aburren soberanamente. No soporto a los patrióticos
locutores ni al tremebundo “medallero”. En lo poco que veo sólo puedo
identificarme con el atleta anónimo que no tiene ninguna posibilidad.
Eso sí, a veces hasta pasan cosas
limpias, blancas, puras, de esas que tienes que pellizcarte para comprobar que
estabas despierto cuando la viste: Durante la carrera de los 5.000 m., la
atleta neozelandesa Nikki Hamblin se detuvo para ayudar a la estadounidense
Abbey D'Agostino. Autoridades, locutores y demás carroña hablaban de “espíritu
olímpico”. ¡Qué espíritu olímpico ni qué gaitas! Yo hablaría de la “humanidad”
que todavía nos queda, capaz de superar la
malsana “competitividad”, destructora de personas y culturas.
Una personas que lleva entrenando
10 horas diarias durante años, que ha renunciado a su juventud y a su vida para
poder competir en una carrera de esas, que de repente frene en seco para ayudar
a otra se merece algo más que una escueta reseña en la sección de deportes del
periódico o una lágrima de cocodrilo de un impresentable locutor.
Sí, detesto profundamente el
sacrificio sobrehumano que supone prepararse para la alta competición. Odio
enormemente el "medallero" que hace que los países sean
"alguien" en el mapa internacional y este gesto me ha dado aliento
para seguir confiando en el deshumanizado ser humano.